
Vanito vino a quemar
la noche con sus canciones,
con un sinfín de razones
y su modo de mirar
la vida, que es este azar
del que nadie sale ileso.
Le hicimos coro, y confieso
que estuvimos en La Habana
o tal vez en el nirvana
imposible del regreso.
Le cantó al factor común
el que se “alejó un poquito”
de esa Habana que fue un mito
(como lo fue mi espendrún
en tiempos de catapún).
Evocó aquel malecón,
y dedicó una canción
al cambio que se avecina,
el mismo que vaticina
en aquel divino guion.
New Jersey a todo color
fue a recibir a Vanito
en su concierto exquisito.
¿Te acuerdas del trovador
censurado, del pintor
arrestado por sus quejas?
¿Recuerdas las moralejas
y el futuro luminoso?
Vanito evocó el acoso
y a la gente tras las rejas.
Canté todas las canciones.
Todo el público hizo coro.
Estaba a tope el aforo,
con varias generaciones
de exiliados e ilusiones
que vinieron a soñar
en voz alta con el mar
con el que sueña Vanito.
El futuro no está escrito
por la junta militar.
Lei Nai Shou trajo un concierto
para el alma divertir.
Por suerte, pude asistir.
(Es hermoso ser liberto).
Cantó a pecho descubierto
—se entiende que es figurado—
un Vanito iluminado
por las luces de neón,
por aquel divino guion,
por el coro ilusionado.
En este compás de espera
que el exilio me ha dictado,
convivo con el pasado
como un paisano cualquiera.
Gracias, Maykel Olivera:
tu guitarra acompañante
de Vanito —ese cantante
del corazón bumerán—
me recordó a los Van Van
y a aquella Habana distante.
***
Nota bene: Desde el 30 de noviembre de 2020, he publicado a diario en Belascoaín y Neptuno. Te invito a leer la décima de este día hace exactamente un año. Si sientes que me repito, recuerda que más se repite la realidad cubana.