De la contraportada: Los culpables es un libro certero y conciso que revela sus claves desde las primeras páginas. El equilibrado viaje entre el desgarro, el lirismo y la parodia es puesto en escena desde el primer poema, que retuerce al máximo las alusiones a otros exilios, otras vidas y otras tragedias que marcarán al resto de los textos aquí presentes. En este libro todo sucede con fina sutileza y a la vez no nos sentimos solos en el juego de interpretaciones que el autor nos sugiere. Estamos obligados a interpretar pero el autor no juega a falsos enigmas, sino que más bien se empeña en desentrañarlos apelando a sus diversos registros poéticos.
En medio de los versos hay alusiones veladas y no tan veladas a José Martí, a las fantasías de las izquierdas del siglo XX y a los desmanes del poder totalitario, a las letanías de las nuevas religiones que trastornan con una persistencia terrible la conciencia nacional de Cuba, y hasta a esos boleros que una y otra vez nos remiten a los seres amados. Este calculado despliegue tiene un único trasfondo que reaparece a lo largo del libro como el motivo de una sinfonía, recreado una y otra vez de maneras distintas. Este trasfondo, que no es nombrado de frente sino mediante el perfil de los sonidos y la palabra, nos remite por encima de todo al enigma de la palabra poética.
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Para añadir el libro en GoodReads:
Prólogo de Miguel Correa Mujica (en PDF): “Los sonetos culpables”.
“Los culpables y nosotros”, reseña de Jorge Salcedo, publicada en Encuentro en la red.
“Los culpables”, reseña de Jorge Domínguez, publicada en su blog Tersites Domilo.
“Las apariencias no engañan”, nota (del autor) sobre la obra en la portada de Los culpables.
Este es el enlace para comprar la edición digital (e-book) del libro.
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ELOGIOS
Los culpables, de Alexis Romay, es una eficaz transcripción de aquellos susurros que no suelen distinguir los escribas: el ruedo como proceso o montaje, la escena santificada por el Poder. Un anotador oculto, reconocible apenas por la insistencia en escudriñar el attrezzo: así va recopilando el verdadero cronista sus impresiones. El Poder necesita investidura creíble, y la busca concibiendo su propio Teatro. La poesía que se contrapone al script autorizado no es un recurso usual, pues su naturaleza le hace rutilar con voz única, a distancia de las candilejas, dúctil y ambivalente. Pero Romay se encarga de matizar sus atributos, usando una rara mezcla de ironía y dolor, esa voz que describe las verdaderas mutilaciones cuando se participa en rituales de tal especie.
El libro como rosario, soneto a soneto, avanza desde la ilusión hasta la redención, buscando significados, tachando alocuciones vanas, dando espesor a lo que antes fuese tenue diálogo de usufructo. En la franqueza reside su fluidez, atenuando la insistencia del soporte: el metro y la estrofa donde más se vierten el amor y el encono, cultivados aquí con increíble destreza. Romay nos desgrana, en deleitoso reverso de aquel dolce stil nuovo, las otras evidencias: toda autocracia se alimenta de escenografías; cada tribunal es partícipe del libreto previsto; la literatura está siempre enmarcada en territorio vedado; el Poema contradice al acto de escribir, por querer ser más. Culpable, insatisfecho, y este libro como prueba decisiva del cargo más peligroso: incurable.
—Manuel Sosa (autor de Canon, Todo eco fue voz y Una doctrina de la invisibilidad).
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En la perfección de sus rimas, Los culpables es el canto de los «endémicos de una isla repetida» y la crónica de una ciudad de esquinas rotas, nunca olvidada y vista desde la distancia. Impresionista, expresionista, hiperrealista… los versos de Romay nos transportan a las catedrales, tribunas y altoparlantes que formaban y forman los costillares de La Habana. Hay despedidas y recuerdos, referencias a Borges, Goya y a ciertas fobias que son un gusto de desentrañar. Y, a fin de cuentas, ¿quiénes son los culpables? Entre líneas aflora la respuesta.
—Teresa Dovalpage (autora de Muerte de un murciano en La Habana —finalista al Premio Herralde de novela—, Posesas de La Habana y A Girl Like Che Guevara).
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Hacer coincidir, sin misterio, a la desgraciada isla y al infinito, en un mismo hálito indivisible, son esos caminos que sólo los poetas ciertos iluminan. La lección de Borges es aquí, con intención, transparente, pero sólo es un punto de inflexión para otorgar una voz nueva, más desgarradora, profusa pero precisa. La historia y su absurdo, el ser y lo innombrable, hecho ya verbo, estremecen con un soplo redentor pero sosegado y sabio a estos sonetos. He creído que con ellos accedía a otras claves, más diáfanas en tanto más oscuras —como debe ser—, de la materia de la poesía.
—Isis Wirth (autora de Después de Giselle).
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