Seré breve. Con esas dos temibles palabras comenzaba muchos de sus discursos el viejito sangrón que se adueñó de Cuba hace más de medio siglo. Con esta introducción me propongo exactamente lo mismo. (Me refiero a ser breve, no a adueñarme de la isla. Espero que los resultados no sean tan nefastos).
Si hace un lustro alguien me hubiera dicho que alguna vez en mi vida vendería casi un centenar de décimas por el módico —énfasis en módico, lectores— precio de ¡99 centavos de dólar!, habría olvidado los buenos modales para soltar una aparatosa carcajada. Resulta que hace un lustro no había escrito una espinela. ¡Ni falta que me hacía! Hasta entonces, cuando quería rimar —ya fuera apuntando a la sátira o al mismísimo Parnaso—, recurría al soneto. Mi predilección por la rima entraba por el endecasílabo y ahí soltaba el ancla. (De tal suerte, mi libro Los culpables intenta versificar la cosa cubana, desde una perspectiva menos humorística). Un poco snob, como todo habanero que se respete, asociaba la décima con el “punto guajiro”, la campiña y, sobre todo, con Palmas y Cañas, aquel soporífero programa televisivo que —a pesar de sus geniales repentistas— inducía al estado de coma por aburrimiento y hacía que las tardes de domingo transcurrieran a la velocidad en que se forman y se destruyen las galaxias. Sin embargo, un buen día escribí una décima, y la gracia del octosílabo creó adicción. Desde entonces no he podido —ni querido— parar.
Diversionismo ideológico compila una selección de las décimas publicadas en mi blog, Belascoaín y Neptuno, bajo la etiqueta “Una décima (a)parte”. La selección para este volumen, claro está, es arbitraria. Intenté rescatar las que podían ser leídas más allá de las circunstancias que las inspiraron, a pesar de que casi todas respondían a una coyuntura específica, una estupidez concreta perpetrada por los hermanos Pinzones y su aparato represivo, alguna tontería puntual del golpista venezolano, cualquier infamia del ex canciller español en su intento de apoyar a la dictadura más longeva e ignominiosa de este lado del Atlántico, o lindezas de igual índole. Pero ¿ven?, ya caí en la gravedad. (Y se puede ser cualquier cosa menos chivato o pesado).
El libro debe su título a esa figura legal con la que me asustaron de niño y por la que todavía cualquier compatriota puede ser encarcelado en la isla. Pensar es un delito en los totalitarismos, y la Cuba de los Castro no es excepción. (Ah, y yo que aspiraba a escribir un prólogo sin mencionar ese apellido que invita a la arcada, la náusea, la urticaria). Es práctica común de los dueños de la finca cubana acusar a sus detractores de ser agentes de la CIA, de estar financiados por potencias foráneas o hasta de aliarse con los extraterrestres que en algún momento del futuro no lejano invadirán la isla para volver a instaurar el capitalismo salvaje. Pero lo cierto es que los muchachos de Langley y las potencias foráneas jamás me han enviado un cheque, y si los marcianos algún día pisan la otrora tierra más hermosa que ojos humanos vieran lo harán para bailar un cha cha cha. Y, lo más importante, si los lectores —ya convencidos de lo beneficiosa que puede resultar, para el colesterol, la lectura de estas décimas— deciden comprar el libro, será entonces la primera vez que su autor gane un centavo producto del diversionismo ideológico.
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[Ilustración de portada: Garrincha].
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Para añadir el libro en GoodReads:
Por menos de lo que cuesta un café, Diversionismo ideológico está disponible en las siguientes librerías:
Amazon.com (Kindle)
Barnes & Noble (Nook)
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