Cuba es lo que uno se inventa

Hay una frase en inglés que se escucha poco en español y que, sin embargo, nos retrata al dedillo: “puedes sacar a la muchacha de New Jersey, pero no podrás sacar a New Jersey de la muchacha”. Otro tanto pasa con Cuba. Puedes sembrar a un habanero en West New York, que por más raíces que eche no dejará de ser de Buena Vista, del Vedado o de Cayo Hueso… Ciertos lugares tienen eso que en perfumería llaman “fijador”, que permite que el aroma dure horas y horas después de que uno se echa el perfume. Es ese aroma indeleble el motivo que nos congrega esta noche, precisamente en New Jersey, para hablar hasta de los olores de Cuba.

Hay dos libros casi imposibles de clasificar a los que regreso una y otra vez cuando quiero repensar no solo el futuro sino el pasado de mi tierra natal. Uno es Vista del amanecer en el trópico, de Guillermo Cabrera Infante: una sucesión de viñetas que relatan, mediante alusiones, el devenir de esa larga isla verde, desde su formación geográfica hasta un terrible momento congelado en la historia nacional: la transcripción de una llamada telefónica de la madre del líder estudiantil Pedro Luis Boitel, a raíz de su muerte, luego de una prolongada huelga de hambre en las mazmorras del régimen castrista.

El otro libro que me invita a re-imaginar el pasado que me escamotearon en los manuales escolares de mi infancia en la isla es Leve historia de Cuba, de Francisco García González y Enrique del Risco. Quizá sin proponérselo, ambos libros tienen en común el empeño de contrarrestar el monolito de la historia oficial presentada por los eficientes e incansables escribas “revolucionarios”. Y ambos libros se plantean y ejecutan la hazaña valiéndose de un conocimiento profundo, incluso erudito, del tema.

Tienen otra semejanza notable: igual que con el texto de Cabrera Infante, Leve historia… oculta su género literario desde la portada. Si Vista del amanecer en el trópico podía engañar a los incautos con su presunto título de álbum de fotos para turistas, el ejemplar de García y Del Risco a veces puede ser encontrado en los anaqueles de no ficción de ciertas librerías estadounidenses, producto de que el librero se dejó llevar por aquello de historia de Cuba y no le prestó atención a la clave: la levedad.

Tienen mucho en común, pero siguen derroteros disímiles. Cabrera Infante, quizá por vez primera, evitó los juegos de palabras y su humor iconoclasta para tratar el asunto desde la solemnidad. En Vista del amanecer en el trópico el autor solo menciona dos nombres propios: el del compositor del himno nacional cubano y el del estudiante asesinado. El libro culmina como mismo comenzó: declarando que, pese a todo, rumba y barbarie, ahí estará la isla, por los siglos de los siglos.

Por su parte, Leve historia de Cuba toma la ruta de la sátira y la parodia y se aventura a mencionar nombres propios, tanto de figuras históricas reales como de otras que pudieron serlo, pero que por la dimensión (más bien la pequeñez) de su aporte quedaron excluidas del anecdotario popular, ese relato histórico lleno de héroes altisonantes.

Como releo estos apuntes en el tren de regreso a casa, par de horas antes del lanzamiento del libro, noto, con cierta incomodidad, una injusticia. Distraído en establecer el paralelo entre mis dos textos de cabecera, he obviado un detalle crucial: decir que Leve historia de Cuba es un libro de cuentos que invita, a partes iguales, a la carcajada y a la reflexión. Lo mismo se ocupa de la suerte que corrieron unos carismáticos aspirantes a guerrilleros carentes de experiencia, pero no de entusiasmo, que se atreve a conjeturar la más divertida de las hipótesis sobre las páginas perdidas del diario de campaña de Martí. Y va más lejos: abarca hasta varias décadas después de la fecha actual cuando cierto personaje histórico hace su entrada triunfal en la gloria.

A propósito de entrar en la gloria, recuerdo una sentencia del panegírico que escribió Enrique del Risco ante la pérdida física de Cabrera Infante: “No hay consuelo, Guillermo”. Y tiene razón: no hay consuelo ni reemplazo. Pero hay analgésico. Leve historia de Cuba da prueba de ello.

Acerca de Alexis Romay

Pienso, luego escribo, luego traduzco, luego existo.
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9 respuestas a Cuba es lo que uno se inventa

  1. Cuba es lo que uno se inventa
    y un inventario de azares…

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  2. Cuba es lo que uno se inventa
    y un inventario de azares
    a la deriva, en los mares,
    entre el oprobio y la afrenta.
    Algo más propia y más lenta…

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    • Alexis Romay dijo:

      Cuba es lo que uno se inventa
      y un inventario de azares
      a la deriva, en los mares,
      entre el oprobio y la afrenta.
      Algo más propia y más lenta,
      más leve, menos distante
      que ese dolor ambulante…

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  3. Cuba es lo que uno se inventa
    y un inventario de azares
    a la deriva, en los mares,
    entre el oprobio y la afrenta.
    Algo más propia y más lenta,
    más leve, menos distante
    que ese dolor ambulante,
    que ese rumor enemigo…

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    • Alexis Romay dijo:

      Cuba es lo que uno se inventa
      y un inventario de azares
      a la deriva, en los mares,
      entre el oprobio y la afrenta.
      Algo más propia y más lenta,
      más leve, menos distante
      que ese dolor ambulante,
      que ese rumor enemigo
      que pesa como el castigo…

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  4. Cuba es lo que uno se inventa
    y un inventario de azares
    a la deriva, en los mares,
    entre el oprobio y la afrenta.
    Algo más propia y más lenta,
    más leve, menos distante
    que ese dolor ambulante
    o este rumor enemigo
    que pesa como el castigo
    y acompaña como amante.

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  5. Pingback: Cadáver exquisito: Cuba es lo que uno se inventa | Belascoaín y Neptuno

  6. Miguel Iturralde dijo:

    Excelente tu escrito, y ciertamente, Vista del amanecer… y Leve historia.. son libros históricos únicos. Saludos.

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