
Leo, con inmensa tristeza, que ha muerto el poeta Raúl Rivero. Tuve la suerte de conocerlo en una presentación que organizó Enrique Del Risco en NYU hace poco más de una década, si la memoria no me falla. En el poco tiempo que compartimos durante esa noche, me dio la impresión de que era, en persona, como (en) sus libros. Y yo les tenía un especial cariño a sus libros; cariño que tal vez le transferí al autor en el abrazo de despedida al final de la velada.
Ahora lo evoco con un soneto que le escribí hace casi dos décadas, por los días de la implacable razia contra la disidencia pacífica en la isla, perpetrada por el no menos implacable régimen cubano en la Primavera Negra del 2003.
Lo despido con pesar y gratitud, con este puñado de endecasílabos y mi más sentido pésame a su familia y amigos.
Buen viaje, maestro. Descanse en paz.
***
Elogio del poeta preso
Malvivo en un país de soledades
―isla de circunstancias patrioteras,
cubil lleno de sangre y de banderas―,
paisaje dividido en seis mitades.
Despierto en una tierra inoportuna,
―espejo de verdugos camuflados,
horizonte de olvidos desterrados,
cementerio global de la fortuna―.
Me queda poco: un perro, una guitarra,
un libro confiscado, un cenicero,
las cuatro esquinas de mi manicomio
y una voz que me salva y me desgarra.
Hoy me voy a llamar Raúl Rivero.
Hoy mi mujer será mi patrimonio.
En paz descanse. Muy valiente el señor.
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