





Yo le pedí a Kamankola,
al conocerlo en persona,
su “Molotera y cañona”
(como si fuera vitrola).
El alma trémula y sola,
ruidosa, alegre, martiana,
que se cultivó en La Habana,
vino a traer alegrías,
espinelas, melodías,
a esta otra esquina cubana.
El concierto empezó tarde.
¿O acaso llegué temprano?
(Bien sé que el tiempo cubano
—y esto que no suene a alarde—
es luz que en los ojos arde,
es pólvora, es humo, es mito…).
Kamankola puso el grito,
la voz y el alma en la escena,
y puso la cosa buena,
y se formó el areíto.
El concierto empezó a la hora
que tenía que empezar.
(¿Quién me manda a mí a llegar
al comienzo de la aurora?).
La música redentora,
las letras y su cadencia
eran arte y eran ciencia,
y eran también Kamankola,
allá en la cresta de su ola,
con su gracia y su excelencia.
Cantó “A pico de botella”
—y no a punta de pistola—,
y fue feliz Kamankola
al presentar su querella
contra la barbarie aquella
de la que nos escapamos.
En el público cantamos.
El Lei Nai Shou se pasó.
Hubo alguien que repitió:
«Cuando amanezca, nos vamos».
Y Kamankola tocó
con Nam San Fong a la diestra
y su guitarra maestra.
Con carisma y sin bongó.
Nam San Fong improvisó
(como hizo en Habana Abierta).
La música, a ciencia cierta,
nos conduce a alguna parte.
Canta por amor al arte,
¡pero cóbralo en la puerta!
Compré su disco ahora mismo.
(Sus discos, que es en plural).
Si no captan la señal:
esto es el cuentapropismo.
Olvídense del turismo
y del turismo extranjero.
Descárguenle al caballero.
Compren su obra. No se inhiban.
Antes (de) que nos prohiban
a Kamankola, el viajero.
***
Nota bene: Desde el 30 de noviembre de 2020, he publicado a diario en Belascoaín y Neptuno. Te invito a leer la décima de este día hace exactamente un año. Si sientes que me repito, recuerda que más se repite la realidad cubana.