¿En qué remota sabana de un continente remoto
se plantó tu semilla de una vez y por siempre,
oh, jirafa del Zoológico Nacional de Cuba?
¿Cuál fue la magnitud del vasto territorio
que recorrió rodeado de mil adversidades,
con la garganta seca, con el deseo ardiente,
con una idea fija, en busca de su hembra,
el semental en celo que te procrearía?
¿A cuántos contrincantes tuvo que superar
para aparearse en paz bajo el sol implacable?
¿Y los depredadores y su constante acecho
y el hambre y la sequía y todas las variables
y las constelaciones y los tantos peligros
que conspiraron juntos para que no existieras?
¿O acaso eres el fruto del doble cautiverio
y fuiste concebida detrás de los barrotes
en esa hermosa isla que se desdobla en cárcel?
En tu infancia cautiva soñaste con ser libre.
¡Lo deseaste tanto sin calcular el precio!
La noche en que vinieron a coro los ladrones
a profanar tu jaula, a interrumpir tu encierro,
¿paseaste por La Habana feliz y encabritada?
Hoy que nada ni nadie da fe de tu existencia,
jirafa inolvidable, te canto en mi destierro,
te añoro y especulo sobre tu paradero:
en un plato de sopa o como aperitivo,
quizá fuiste una ofrenda de algún rito pagano,
o eres bestia de carga en un infierno inmenso.
Oh, jirafa silente como la voz del pueblo,
sospecho que estos ojos que un día serán polvo
no volverán a verte andar con paso firme.
No tuve tu peluche. Me queda tu recuerdo.
Descansa en paz, jirafa. Te evoco y te celebro.