Cortesía del autor, publico otro fragmento de Perdido en Buenos Aires, novela de Antonio Álvarez Gil, ganadora del Premio de novela Mario Vargas Llosa.
Subió, como siempre, acompañado de Rolando Illa, que estaba esperándolo en el vestíbulo. Alekhine se encontraba ya arriba, conversando con Querencio y con Roberto Grau. Se le notaba distendido y tranquilo, cada vez más seguro de sí mismo. Después de los preceptivos saludos, Capablanca ocupó su lugar al mando de las piezas blancas y, sin pensarlo un segundo, cogió el peón correspondiente a su reina y lo puso en la cuarta casilla. Alekhine respondió de forma simétrica, e igual de rápido. Luego todo marchó según el escenario habitual. Sin embargo, en la jugada número 11 ocurrió algo que a él no le gustó: Alekhine movió el caballo hasta la casilla C4 y dejó claro que su estrategia de juego pasaba por la fortificación de aquella zona del tablero. Capablanca tomó nota, pero no hizo nada más. Debió haber respondido inmediatamente, con energía, para evitar que su contrario se adueñara de aquella posición tan sensible y cercana a la primera línea de las piezas blancas. Y si bien Alekhine debió salir con su caballo de allí, aquélla fue sólo una retirada táctica, pues pronto envió refuerzos a ese punto del tablero. ¿Por qué él no había apreciado en su justa medida la magnitud del peligro? ¿O es que no sabía que por aquel agujero muy bien podía escapársele la vida al rey blanco y a su ejército? ¿Qué lo hizo quedarse tan tranquilo, sin responder con energía a los movimientos de Alekhine, abiertamente peligrosos incluso para el más incauto de los jugadores? ¿Y por qué, por amor de Dios, en la jugada 14 no le cambió el alfil por el caballo del rey, demostrando la intención ofensiva de las piezas blancas, lo cual, sin duda, hubiera obligado a Alekhine a defenderse, en lugar de seguir enviando fuerzas a la conquista de aquella dichosa posición, tal mal atendida por él? Luego, en la jugada 22 y tras unos escarceos de ataque, Capablanca realizó un movimiento del que se arrepentiría muy pronto: en lugar de avanzar con uno de sus caballos hasta la quinta fila y amenazar con él a la vanguardia negra, lo retrasó hasta la tercera, en un movimiento que lo conduciría, de modo inexorable, hacia un juego de corte defensivo. Ahí empezó su renuncia a ganar la partida.
Fue, por lo demás, una partida tan corta como las fuerzas con las que Capablanca había acudido a jugarla. Hacia el final, apenas aspiraba a escaparse con tablas. Por eso pensó tanto en la jugada número 31; sí, pensó durante mucho tiempo si debía subir con el caballo hasta la cuarta casilla, o bien retirarlo hasta la fila dos para moverlo luego a la uno y, desde allí, lanzarlo de nuevo a combatir para tratar de salvar al menos algo de lo que le quedaba por salvar. Pero no pudo ser. Ya para entonces Alekhine era el dueño y señor de aquella posición que no había dejado nunca de asediar, y no había nada que hacer. Tras el movimiento número 32 de su rival, Capablanca cedió la victoria al retador del trono. Con ella, el conteo pasó a ser de 4-2 a favor del ruso.
Se me ocurre una idea: Si ya se escribio un cuento fictisio de cuando Caruso se pierde en La Habana despues del bombaso en el teatro mientras cantaba Aida, y en este ultimo, el gran Capablanca se pierde en Buenos Aires, porque alguien no escribe cuando ambos veridicamente se encuentran «half-way» en el Amazonas? Caruso convierte a Capablanca en un legitimo tenor, y en cambio, Caruso logra ser campeon mundial de ajedrez.
Jaque mate!
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Está buena la idea, Don Mirringa. A ver si te embullas a escribir ese cuento y lo publicamos aquí en Belascoaín y Neptuno.
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como poder comprar la novela ??/
jorge l. leon
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