
La Habana huele a salitre,
a gas metano, a sofrito
de cebolla, al infinito
que descubrí en un pupitre,
a la carroña del buitre
(que en Cuba es aura tiñosa).
La Habana huele a una cosa
que se resiste al olvido
de quiénes nos hemos ido
de aquella isla pavorosa.
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Nota bene: Desde el 30 de noviembre de 2020, he publicado a diario en este blog. Aquí puedes leer la entrada de este día hace exactamente un año. Si sientes que me repito, recuerda que más se repite la realidad cubana.