* En el verano de 1992, en las vidrieras de la capital se leía una frase de un tristemente célebre futuro canciller de la república, en la cual expresaba: No es hora de mirar las tiendas vacías, es hora de llenarlas con nuestra dignidad.
Como el cuento del rey y su traje invisible. Con la diferencia de que este mensaje no iba dirigido a la nobleza revolucionaria, sino a la clase obrera, a la masa trabajadora, que era el orgullo, el pretexto, el motor y el alma del sistema socialista.
Tamaña actitud de heroicidad verbal posibilitó que la inmensa mayoría de la población vistiera, calzara, bebiera, comiera, sudara, fumara y oliera dignidad. Una dignidad impuesta. Completamente distinta a la que vestían, calzaban, bebían, comían, sudaban, fumaban y olían los dirigentes de aquel velero con rumbo inexplicable.
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Si este texto les abrió el apetito, aquí tienen: Enrique del Risco abunda sobre dignidad y tiranía.
[*Fragmento de mi novela Salidas de emergencia].