
En el recientemente inaugurado Centro de estudios de la vida y obra de Fidel Castro Ruz y ante la presencia de un bien nutrido grupo de miembros del Buró Político, el pintor Nelson Domínguez y el resto de los firmantes del «Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos«, Raúl Castro, algunos invitados extranjeros y una foto de Vilma Espín, en actividad conjunta del MININT y el Ministerio de Cultura, las instancias pertinentes confirieron el grado de capitán y de «Cantante de la Patria y la Muerte» al trovador Raúl Torres. El título le fue entregado por el teniente coronel poeta Miguel Barnet, en presencia de Amaury Pérez, cuyo cumpleaños fue la excusa para mantener la sorpresa y que así el compositor de «Patria o muerte por la vida» no supiera que le correspondía ser el homenajeado en el acto patriótico.
Al acomodarse las charreteras en su flamante uniforme, Torres —autor de otras canciones que no hace falta mencionar— dijo sentirse muy emocionado por tan alta distinción. Declaró estar listo para —como mismo hiciera en múltiples ocasiones con el Comandante en Jefe y con Hugo Chávez— escribir una hermosa canción con motivo de la muerte de Miguel Díaz Canel, quien lució simultáneamente halagado, sorprendido e incómodo ante esta posibilidad y pidió que le retiraran el postre y no le sirvieran otro café.
Un momento memorable de la noche fue el improvisado discurso del teólogo brasileño Frei Betto, quien —al contemplar la abundancia de comidas y bebidas, así como la exquisitez en la selección de los vinos y el concierto de guayaberas a su alrededor que no podían ocultar lo bien que comen sus anfitriones— declaró: «En Cuba no hay hambre. ¡Pero los cubanos tienen mucho apetito!». (Como era de esperar, estas palabras luego serían tomadas fuera de contexto por una legión de periodistas independientes y el pueblo cubano en general).
En medio de la velada, el cantautor hizo ademán de tomar la guitarra, pero un improvisado y espontáneo coro de comensales le salió al paso con expresiones de cariño. “Deja eso, hermoso”, “Coge un diez, compadre”, “No apagues el candil”.
Al final del evento, el trovador —ya algo pasado de tragos— dijo que se había mantenido en silencio durante gran parte del festejo pues la nieve lo había hundido en el centro del dolor. A lo que Amaury Pérez respondió: «Acuérdate de abril». Como ya es tradición en ágapes de esta índole, nadie les hizo caso. Y se quedaron hablando solos.
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