
A invitación de Achy Obejas, Luis Eligio D Omni, Omni Zona Franca, el Movimiento San Isidro y en solidaridad con el despertar cívico cubano y con quienes hoy saldrán a las calles en la isla a poner el cuerpo y exigir derecho a tener derechos, aquí les dejo cinco minutos de lectura de mi libro Los culpables (Linkgua, 2008). Los poemas pertenecen a «Esquina con primavera rota», un ciclo de 23 sonetos que escribí a raíz de la Primavera Negra de 2003. Desde el distante New Jersey, demando el cese de la represión contra artistas y activistas y el pueblo en general y que se garantice la libertad de expresión en Cuba.
Esquina con primavera rota
I
La historia es un juguete tendencioso:
la excusa del vaivén de las resacas,
la cruel consagración de las barracas,
la latitud que late en el reposo,
la histeria prematura de la escarcha,
la indómita presencia de la nieve,
la música que estalla mientras llueve,
el gozo repentino en la Gran Marcha,
la danza de un tirano y su convite,
un caracol dormido en su desdicha,
la leve consecuencia del pasado…
La historia es caprichosa y se repite:
tablero de ajedrez y cada ficha,
¡mágico acordeón desafinado!
II
Hoy van a festejar otra victoria
los huérfanos de todas las batallas,
los ciegos por afán con sus medallas,
los necios con sus gritos y su euforia,
los hijos de los hijos de la tierra,
los muertos convencidos y sonrientes,
la ira del campeón de los valientes,
los crédulos y su botín de guerra.
Hoy quieren empezar el festín pronto,
gozar el carnaval hasta la aurora…
El júbilo se extingue poco a poco.
«¿Victoria sobre qué?», pregunta el tonto.
Dice el líder: «Victoria abrumadora».
«Victoria indiscutible», aplaude el loco.
III
¿Qué exaltación, qué gozo canta el bardo?
¿Le embriagan el salitre y su quejido?
Su verso vuelve a ser un ciervo herido:
cultiva hiel, arena, ortiga, cardo.
Sus días multiplican la mentira.
Sus noches son silentes desengaños.
Su tierra es el país de los extraños.
Su verbo estalla, pero no conspira.
Ha vivido derrotas innombrables.
La inmensidad del átomo le aterra.
Sus madres languidecen tiernas, solas.
Su asombro y su credo son maleables.
Sus hijos no volvieron de la guerra.
Sus nietos se perdieron en las olas.
IV
Nos hemos inventado los colores
de un tiempo inalterable que regresa.
Inventamos el vino, el pan, la mesa,
la distancia absoluta, los dolores.
Hemos perdido el árbol, la bahía
y la certeza del amor temprano.
Perdimos las estatuas y el verano,
el parque, la canción, la cofradía.
Hemos ganado poco en este empeño.
La piel se nos marchita dulcemente
y el lujo de morir en otra aldea
bajo este cielo inmenso y tan pequeño
nos hace erguir el pecho, alzar la frente
ante el rugido fiel de la marea.
V
Que pierda la palabra su sentido,
que mapas y ciudades se evaporen,
que imagen y reflejo se enamoren,
que los patriarcas hablen del olvido.
Que su sentido pierda la palabra,
que toda precisión sea imprecisa,
que el miedo se abotone su camisa
y sea gratis su función macabra.
Que la palabra su sentido pierda,
que la espera sea digna y oportuna
y el eco se libere del sonido
y que entre tanta rima que concuerda
no se alaben las caras de la Luna,
¡y pierda la palabra su sentido!
VI
Ajeno, febril, fugaz, incongruente,
el tiempo le sucede en su mesura.
Recuerda algún pincel, la partitura
y la inquieta impresión del sol naciente,
el vicio de la edad y la ironía
de las fronteras y de los encierros,
de las falacias y de los destierros
de cada eternidad y cada día.
Amó a su prójimo entre cartas mudas.
Aprendió a respirar en tierra extraña
y el aire, limpio y grave, fue el dilema.
Sus fobias confabulan con sus dudas.
Su pluma tiene forma de guadaña.
Quemó las naves en aquel poema.
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