A D. A., cuya amistad me acompaña desde la época en que viví en este inmueble y que tuvo la gentileza de tomar y enviarme estas fotos.
Mi edificio en esa esquina
hoy más que nunca tan mía
—en la que la policía
practicaba con inquina
día a día su rutina
de tratarme como escoria,
con furia, pero sin gloria,
con violencia partidista
y con su rabia racista—,
sigue intacto en mi memoria.
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