
Gracias a Enrique Del Risco, que tomó la foto, veo en el muro de Facebook del grupo S.O.S Cuba una imagen de un vocero del castrismo que nos menciona como ejemplo de “esta operación [del gobierno estadounidense] que utiliza recursos millonarios» para desestabilizar al régimen que lo aúpa.
Puestos a ser precisos, no sólo no se nos paga ni un centavo por exigir la democracia en Cuba, sino que, además —siempre que organizamos o vamos a una de estas manifestaciones, siempre que nos congregamos para hacernos eco del pueblo que ahora mismo pone el cuerpo en la isla, siempre que le dedicamos un minuto al acontecer cubano— lo hacemos al margen de nuestras respectivas ocupaciones y responsabilidades laborales.
Yo no le puedo decir a mi editora que el manuscrito que le debo viene con atraso porque fui a caminar por Bergenline con un mar de gente y que lo hice para apoyar en la distancia a quienes también salen a caminar por las calles de mi país a riesgo del pellejo y la vida y que, en última instancia, fui porque tenía una imperiosa necesidad de gritar «Díaz Canel» y escuchar cientos de voces a mi alrededor que respondieran: «¡Singao!». Yo no le puedo decir a la escuela en la que trabajo que no tuve tiempo de calificar exámenes porque estaba ocupado y preocupado con el terror que siembra el régimen de la dinastía Castro. O, vale, se los puedo decir, pero no servirá de nada. Si acaso me dedicarán una mirada compasiva o alguna palabra de aliento y ahí paró el tren.
No hay ninguna cláusula en ninguno de mis contratos, con ninguna institución, que establezca que —una vez por semana o a la quincena o cuando se me ocurra— se me deba excusar una ausencia —o tardanza en la entrega de un proyecto— pues la noche anterior asistí a una manifestación contra esa oprobiosa dictadura de la que me escapé hace más de dos décadas.
Manifestarme contra el castrismo a mí no me ha dado un quilo. Y sospecho —con un arsenal de razones y evidencias que me justifican— que, como a muchos escritores y artistas cubanos del exilio, abrir la boca me ha cerrado más de una puerta. Y, aun así, ese es un precio bastante bajo a pagar. Y lo pago y lo seguiré pagando gustosamente mientras ese régimen siga en el poder. Así que no me jodan más con la cantaleta de que nos financia el gobierno de esta nación que nos dio amparo. Que aquí quien no trabaja no come.
Pingback: Cuba y el descontento (VII) | Belascoaín y Neptuno
Pingback: Si Fidel fuera (VII) | Belascoaín y Neptuno
Pingback: Esta Cuba hospitalaria (I) | Belascoaín y Neptuno