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Transcribo el prólogo de Salidas de emergencia. (Aquí pueden leer algunos comentarios y reseñas; aquí, una entrevista breve; aquí, una más extensa; aquí, la odisea editorial de la novela; y aquí, en PDF, las primeras quince páginas de mi escalera de incendios).
Padre, aparta de mí este cáliz
La solución perfecta sería entrar al cuarto de su padre, echarle mano a la pistola y volarse la cabeza; aunque así estropearía la tradición de muerte natural en la familia y las alfombras persas que Enrique Martin, alias Pipo, había comprado en España en 1983 y que atesoraban colillas de cigarro, manchas de café, esperma de vela casera, pedazos de uñas mal cortadas y muy pocos recuerdos adolescentes. Enrique Martin había regresado de Europa con suficiente dinero para invertir en el confort de su hogar: en menos de dos meses saneó las filtraciones de los techos, repuso todos los equipos electrodomésticos y se aventuró en una reparación del carro —que incluía bajar y revisar el motor, sustituir los aros de los cilindros, balancear las gomas, calibrar las válvulas, afinar el acelerador y el clotch, corregir la dirección, los frenos, el sistema hidráulico y el eléctrico, ajustar las cuatro dichosas puertas y agregar en los gastos chapistería general, pintura y mano de obra—. Trece años en la penumbra de un garaje habían acabado con la lata y todo el mecanismo.
Entre las nuevas inversiones, el precio debió andar por encima de los veinte mil pesos cubanos. David no sabía la cifra exacta, pero no precisaba respuestas: la discreción exigida por su padre se correspondía con una necesaria mesada de veinticinco dólares.
Las lluvias de mayo habían caído pesadamente sobre el asfalto de La Habana y David Martin, que tenía la sensación de haberse quedado a la intemperie, no encontró otro remedio que tomar las cosas a la tremenda. Cuando algo le pesaba en la conciencia, se consolaba pensando que, como último recurso, siempre podría aprovechar el arma de fuego de su padre.
Así que, después de todo, Enrique Martin, alias Pipo, lo ayudaría a terminar con sus miserias.
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