Ceros a la izquierda

La expresión «cero a la izquierda» es un axioma que indica que cuando dicho número ocupa esa posición, no cuenta. Acabo de trasladar esta verdad a la vida cotidiana y he comprobado que ahí también mantiene la nulidad del original.

La ecuación es simple: las víctimas del comunismo parecen carecer de valor. Como figuran a la izquierda, simplemente no cuentan. Ya sé que esto no es nuevo. Se ha escrito sobre el asunto largo y tendido. De todos los testimonios, me quedo con Koba, el temible: La risa y los veinte millones, ese ajuste de cuentas que Martin Amis le hizo a su padre y a los intelectuales de Occidente que optaron por cerrar los ojos ante la evidencia y romper lanzas por el estalinismo.

«Los veinte millones» del subtítulo de Amis aluden a las víctimas del Hombre de Acero —seudónimo, dicho sea de paso, mal escogido, que el acero es un metal noble y Joseph Stalin carecía de nobleza; fue duro como el acero, sí, pero no tuvo su maleabilidad—. «La risa» en la portada del libro representa la «levedad del tema», la «carencia de peso» de estos muertos, el hecho de que la gente aun se permite bromear con este tópico macabro. 20 millones. Todo un chiste. (De hecho, Casa del libro vende Koba, el temible: La risa de los veinte millones, en un abracadabra que hace que sean los muertos quienes sueltan la carcajada).

Pero no es esto una reseña de Koba…, texto que, por demás, recomiendo a diestra y siniestra (con énfasis en la última). Decía que el afán de trivializar los horrores del comunismo está vivo y goza de una salud de atleta. Para no ir lejos (me queda a cuatro o cinco paradas de metro), en Manhattan hay un sitio de tertulias en donde los escritores que jamás han vivido el totalitarismo en carne propia van a leer fragmentos de sus libros e ignorar lo que los otros leen. El lugar de marras lleva por nombre —atiéndase a la ironía que no es tal— «KGB Bar». O sea, la policía política de la difunta URSS —la misma que se ocupó de aportar los muertos rescatados por Amis en su libro, la encargada de sembrar el Terror; terror que habría de alcanzar incluso a sus directores caídos en desgracia (consecutivamente)—, el mismo órgano que se enfrascaba en reprimir a la población —y, no con menos saña, a los intelectuales—, al cruzar el Atlántico se transmuta en patrón de las artes y las letras. (Aunque prefiero la sutileza, voy a hacer un hincapié: a nadie se le ocurriría abrir un «Gestapo Bar» en Nueva York. Éste, al igual que KGB Bar, estaría protegido por la Primera Enmienda, pero sería considerado de mal gusto. Y estaría permanentemente vacío).

Bueno, ¿y a qué se debe este arranque?, se pregunta el lector que llega al blog luego de escribir «comunismo» en su buscador de Google. La razón es sencilla. Hace unas horas, dejé mi escritorio y salí a dar un paseo por las calles de Jersey City. La zona de Exchange Place es preciosa, así que, como acostumbro, le hice la visita. En esas, pasé por el monumento que conmemora la masacre de Katyń, en la que más de 15.000 ciudadanos polacos (entre ellos oficiales y soldados que habían depuesto las armas) fueron ejecutados por el ejército soviético durante la primavera de 1940.

Dicho monumento —que algún colega ha tildado de «dramático» y «de mal gusto» (el monumento; la masacre no le pareció ni lo uno ni lo otro)—, muestra a un oficial polaco, con varias condecoraciones en la solapa, amordazado, con las manos, atadas, a la espalda. Una bayoneta le rompe el pecho. El resto del fusil cuelga de su espalda, donde mismo lo dejó clavado su homólogo ruso luego de darle la estocada traicionera.

La imagen es sobrecogedora, mucho más que un paciente anestesiado sobre la mesa de operaciones. Sin embargo, no lo suficiente como para arruinarle el almuerzo a quienes frecuentan el área.

Entiendo que no todo el mundo tiene tiempo ni energía para condolerse con la desgracia ajena. Pero hoy la desfachatez rompió marcas nacionales. En el pedestal del monumento, a los pies del hombre atravesado por arma larga, tres jóvenes comensales hablaban animadamente, sin dejar de comer. (Me cuesta imaginar esta escena ante, digamos, un monumento que conmemore el Holocausto).

Los transeúntes pasaban sin inmutarse. Yo me detuve, tomé foto —un retrato de la indolencia— y regresé al trabajo pensando en el peso específico de ciertos muertos y cómo éste aumenta o disminuye según la ideología que los fulmina, convencido de que el oficial polaco —como las víctimas de Stalin— era el cero a la izquierda que da título a estos apuntes.

Acerca de Alexis Romay

Pienso, luego escribo, luego traduzco, luego existo.
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6 respuestas a Ceros a la izquierda

  1. goda dijo:

    Muy interesante.

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  2. César Reynel Aguilera dijo:

    Feliz cumpleaños.

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  3. roly dijo:

    Porno a la carga.

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  4. Vicky dijo:

    Alex, me gusto mucho este texto, que pena que fue hoy que lo lei, pero me ha dado buenas luces para algun tema .

    Gracias por este regaloVicky

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  5. Isabella dijo:

    Ale, magnífico post. La foto: priceless! Me ha dejado de piedra. Sí, mi amigo, cuesta mucho imaginar y tolerar tanta indolencia. Un abrazo.

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